La vida sin Blackberry

Comentario en W Radio    

Las fallas técnicas a veces son útiles. El desperfecto que privó de sus conexiones a Blackberry a millones de usuarios en todo el mundo nos permitió recordar la nueva y comprometedora dependencia que tenemos respecto de los dispositivos digitales.

La posibilidad de hacer y recibir llamadas telefónicas es la menor de las características de ese artefacto. Blackberry se popularizó debido a su capacidad para descargar y enviar correos electrónicos, así como gracias a la red privada que les permite a sus usuarios intercambiar mensajes.

Más tarde, la marca de la zarzamora se acomodó de manera versátil y sencilla a las redes sociales. Notificar estados de Facebook, o componer mensajes de Twitter, fue más simple en esos teléfonos inteligentes. Así fue como Blackberry se extendió de las oficinas corporativas a usuarios menos formales, incluso jóvenes que la utilizan para chatear. Se calcula que se han vendido más de 160 millones de teléfonos Blackberry pero las cuentas activas en la actualidad son algo más de de 70 millones.

Una buena parte de esos usuarios padecieron la hasta ahora inexplicada interrupción del servicio durante varias horas o días esta semana. La desesperación de muchos de ellos iba de la mano con la sorpresa y en ocasiones la indignación que experimentaban. El tropezón de Blackberry en estos días nos reiterado la fragilidad que pese a su sofisticación tecnológica pueden padecer las comunicaciones digitales.

La costumbre que hemos cultivado quienes tenemos el privilegio de utilizar estos recursos de comunicación e interacción, en ocasiones se nos vuelve dependencia. Para que los dispositivos digitales nos mejoren la vida, es preciso acostumbrarnos a que, cuando fallan, la vida no nos empeore simplemente por eso.  

Los jóvenes latinoamericanos se reúnen en Facebook

Zócalo, noviembre de 2010

En Argentina y Colombia, más de 6 de cada 10 jóvenes tiene cuenta en Facebook. En Uruguay son 7 de cada 10. En Chile, casi todos los jóvenes están suscritos a ese servicio. En México, son 4 de cada 10. El auge de las que muchos han denominado redes sociales resulta evidente.

Espacios como Facebook nos pueden merecer consideraciones enfáticamente críticas: la comunicación en esa red es parca e incluso precaria, la socialización que se ejerce allí resulta muy pobre en comparación con el intercambio fuera de línea, la exhibición de episodios y comportamientos que se suscita en tales espacios destaca por encima de contenidos de mayor densidad intelectual… pero digamos lo que digamos, es un hecho que cada vez más jóvenes se conectan a esa red en donde no solamente cultivan, improvisan o imaginan amistades, sino además intercambian experiencias de la más variada índole. Sigue leyendo «Los jóvenes latinoamericanos se reúnen en Facebook»

Internet como expresión y extensión del espacio público

Ensayo publicado en la Revista MATRIZes de la Universidad de Sao Paulo. No. 2, 2009.

Raúl Trejo Delarbre

Resumen: Internet es, al mismo tiempo, parte del espacio público y de la esfera pública, entendidas en los términos definidos por Habermas. En sitios web y otros espacios de la Red de redes se desarrolla un intenso y abierto proceso de socialización política e ideológica, a la vez que subsisten limitaciones importantes para que Internet contribuya de manera más enfática en la deliberación de los asuntos públicos.

Palabras clave: Internet, espacio público, socialización

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Ante YouTube: incomprensión, censura, intolerancia

YouTube se ha colocado en el centro del escenario político mexicano. O, mejor dicho, la magnificación que los medios convencionales hacen de algunos contenidos en ese sitio de videos ha desconcertado, alarmado y desatado algunos de los resortes intolerantes y persecutorios que perviven tanto en los partidos políticos como en algunas de las autoridades electorales.

Estos son dos comentarios que escribí sobre el mismo tema.

Rudos y cursis: el IFE y YouTube

Improvisados censores de Internet

Tendencias mediáticas en América Latina

Publicado en Zócalo, febrero de 2007 

    Los medios de comunicación han sido el motor cultural y social de la globalización contemporánea. Más que la apertura de mercados y la trasnacionalización de capitales, pero junto con ellos, la propagación de mensajes más allá de cualquier frontera geográfica o política y la homogeneidad de muchos de esos contenidos han significado un cambio drástico en la apreciación que la gente tiene acerca de sí misma y del mundo en el que vive. Ese nuevo entorno implica transformaciones en muchas direcciones.

   La apreciación catastrofista, que le asigna a la globalización un carácter esencialmente perverso, sirve de poco para entender esos cambios pero, además, conduce a una parálisis analítica y política porque al subrayar solamente sus consecuencias indeseables llega a magnificar e incluso a mitificar los efectos de la internacionalización económica y cultural. La apreciación complaciente, que busca solamente los rasgos virtuosos de un proceso que encierra profundas desigualdades sociales e incluso las acrecienta, tampoco es el enfoque más adecuado en el plano del análisis intelectual ni en el terreno de la elaboración de políticas. 

Híbrido espacio cultural    

   La globalización cultural es un proceso. No surge de manera súbita. Tampoco conduce a la suplantación drástica de las culturas nacionales y locales. Se trata, más bien, de una sucesión de inter-influencias mutuas, de una serie de hibridaciones como ha sugerido, entre otros, Néstor García Canclini. En ese proceso las culturas nacionales y locales ceden algo de espacio a los contenidos de carácter global –que son fundamentalmente, aunque no de manera exclusiva, de índole estadounidense–. Pero al mismo tiempo un segmento de los valores, rasgos y tradiciones de las culturas locales y nacionales comienza a formar parte de la que, en aras de la descripción breve, podemos denominar como cultura global.      En el espacio cultural iberoamericano concurren, así, contenidos de toda índole. Allí hay sitio para las culturas locales al mismo tiempo que para expresiones de la cultura trasnacional que irradian los medios de comunicación. En todos nuestros países, así como en otras regiones del mundo, la gente se entretiene mirando series estadounidenses como Lost, 24 y Sex and the city pero también aplaude la música y la figura de Shakira, las composiciones de Chico Buarque, las caracterizaciones de Penélope Cruz y Antonio Banderas, las canciones de Luis Miguel o las jugadas del Barsa y el Real Madrid. Los contenidos hispanoamericanos forman parte del caudal que circula en los medios de comunicación de dimensiones globales. Eso no significa que toda nuestra idiosincrasia ni todas nuestras costumbres estén siendo determinantes en esa cultura global.

   En esa avalancha de contenidos se amalgaman expresiones, características y tradiciones de numerosas culturas regionales y nacionales. Al mismo tiempo, por lo menos hasta ahora, las culturas locales y regionales se mantienen gracias a que forman parte de la gente que las nutre y reproduce.

    Las nuevas tecnologías facilitan e intensifican esos procesos de amalgama cultural pero, además, comienzan a crear nuevas formas de consumo, generación y apropiación de contenidos. Por una parte, llevan hasta las audiencias más diversas los contenidos de la heterogénea pero omnipresente cultura global. En segundo término permiten algunas formas de intercambio e interactividad que la gente aprovecha para ampliar sus redes de relaciones personales y, en ocasiones, para propagar sus propias creaciones culturales. En tercer lugar, esas nuevas tecnologías hacen posible la reproducción de muchos de esos contenidos por mecanismos de apropiación y circuitos de distribución paralelos y en ocasiones contradictorios con el mercado institucional –la reproducción y distribución de archivos de vídeo y música más allá del copyright tiene delicadas implicaciones legales pero, al mismo tiempo, se ha convertido en una peculiar pero efectiva forma de democratización del consumo cultural–.

 El idioma y la Red      

    Influido y constantemente modificado por la cultura global, el espacio hispanoamericano tiene rasgos que lo singularizan. El primero de ellos es, desde luego, el idioma. El sustrato común que significa el español permite que se mantengan constantes flujos de bienes culturales, mantiene un contexto compartido y, sobre todo, les da a nuestros países una identidad común.    Sin embargo ese sustrato que significa la lengua no es apuntalado con el interés y los recursos que harían falta para sustentar ese asidero de nuestra identidad compartida. Los proyectos bibliográficos, comunicacionales, periodísticos, artísticos y/o cinematográficos que podrían desarrollarse para promover contenidos y la lengua común en estaos países, siguen resultando escasos.     Ante la insuficiencia de políticas nacionales y regionales de suficiente calado, la identidad común en nuestras naciones es promovida fundamentalmente por los grandes medios de comunicación de masas. En la mayoría de ellos, como es de suponerse, la producción de contenidos no suele estar orientada por la calidad sino por la búsqueda de rendimientos financieros.    

En nuestros países la mayor parte de la sociedad depende, para su consumo mediático, de los canales de televisión abierta; el acceso a plataformas de televisión satelital, o por cable, sigue siendo un privilegio al que tienen acceso segmentos aun minoritarios de la población o, en otros casos, solamente los habitantes de las grandes zonas urbanas.    Internet no ha llegado a ser un auténtico contrapeso a la hegemonía comunicacional de los medios tradicionales. En la mayor parte de América Latina las tasas de acceso a la Red todavía son inferiores al 20% de la población. Los contenidos en español se han incrementado pero no tanto como los que se propagan en otras lenguas en la Red de redes. La creación de tales contenidos para Internet ha quedado fundamentalmente supeditada al interés mercantil o al afán comunicativo de pequeños y a veces aislados grupos de usuarios. En pocos países latinoamericanos (Brasil y Chile, destacadamente) ha existido una política estatal para impulsar el desarrollo tanto de la cobertura como de contenidos nacionales en Internet. Y si las políticas nacionales en ese terreno han escaseado, mucho mayor es la ausencia de políticas regionales para Internet. Fuerza de los medios     

   En ausencia de contrapesos y junto con el declive en la presencia social de otros actores públicos (como las instituciones del Estado, o los partidos políticos) la influencia social de los medios tradicionales ha crecido tanto que, en ocasiones, rivaliza con los poderes establecidos. No resultó sorprendente, por ello, que el Informe sobre la Democracia en América Latina que el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo presentó en 2004 identifique a los medios de comunicación entre los poderes fácticos más influyentes en esta región.

   La fuerza política de los medios llega a determinar decisiones u omisiones de los poderes establecidos (como sucedió en México a comienzos de 2006 con la aprobación de una reforma de legal tan favorable al interés de las corporaciones mediáticas que llegó a ser conocida como Ley Televisa). Paradójicamente, en experiencias como esa, los medios privados llegan a padecer un costo político significativo cuando en la sociedad se extiende la convicción de que tales empresas están abusando del poder que tienen.

    Los medios públicos no alcanzan a constituir una alternativa sobre todo cuando experimentan carencias financieras tan acusadas como las que padecen numerosas emisoras estatales en América Latina. Los medios comunitarios han experimentado un desarrollo desigual: suman centenares o quizá millares en Brasil y Argentina pero solamente –a lo sumo– un par de docenas en México. En todos los casos, su sola existencia contradice la concepción que suelen tener los empresarios de la radiodifusión privada que habitualmente se consideran propietarios de todo el espacio radioeléctrico y no únicamente concesionarios de algunas frecuencias. 

Acaparadores empresarios   

¿Fortalezas y debilidades? Si se les puede llamar así, para la industria de la comunicación, que es esencialmente privada, entre las primeras se encuentran el acaparamiento que hacen de las frecuencias de transmisión –hay muchos canales en pocas manos– y, por lo tanto, el monopolio que ejercen sobre las audiencias. Uno de los patrimonios más importantes de tales empresas es la experiencia técnica y comunicacional que han mantenido y consolidado durante, en ocasiones, más de medio siglo. Entre sus desventajas se encuentran la frecuente reticencia a cualquier innovación –lo mismo en materia de contenidos que de índole política, cultural o tecnológica–, el discurso estrecho y a menudo maniqueo que promueven acerca de los asuntos públicos, el afán para aprovechar políticamente la ventaja que suelen tener frente a otros actores públicos y el escaso interés que manifiestan para tomar en cuenta a sus audiencias como algo más que resignados conglomerados de pasivos consumidores de mensajes. Muchos de los empresarios mediáticos latinoamericanos más relevantes mantienen una visión del mundo tan estrecha que no suelen interesarse en producir o difundir contenidos capaces de reivindicar la identidad común de la región o de apuntalar el desarrollo de nuestro idioma.    

   (A fines de 2006 la Fundación Telefónica, de Madrid, les pidió a varias docenas de investigadores de la comunicación en Iberoamérica que respondieran a un cuestionario sobre las fortalezas y las debilidades del espacio mediático en nuestros países. La síntesis de ese sondeo aparecerá en el Informe Anual Tendencias que dirige el profesor Bernardo Díaz Nosty. El texto anterior recoge las respuestas que presenté a ese cuestionario).

Internet, la gran conversación

Comunicación tradicional y comunicación virtual en el universo de la red de redes

 Fragmento del ensayo “Internet, la gran conversación” publicado en Iberoamericana, del Ibero-Amerikanisches Institut de Berlín. Berlín, 2002.

 

20 años después de haber comenzado a expandirse y a una década del surgimiento de las páginas web, Internet ocupa ya un sitio propio entre los medios de comunicación. Todavía se debate si es una amalgama de los medios convencionales o la anticipación de un nuevo espacio multimedia y omnipresente. Como quiera que sea la red de redes forma parte de la vida contemporánea y su aun insuficiente cobertura es uno de los desafíos principales para los países en donde el desarrollo de Internet ha sido balbuceante o desigual.

   No ha pasado mucho desde que en 1982 el equipo encabezado por Bob Kahn y Vinton Cerf desarrolló el protocolo TCP/IP, que sería el lenguaje común a las computadoras conectadas a la red de redes (PBS, 1997). Ese año se empleó por primera vez el término Internet para designar al entramado de sistemas de cómputo cuyo entrelazamiento había comenzado años antes a partir de un proyecto militar del gobierno estadounidense. Tampoco ha transcurrido demasiado desde que en 1991 Tim Berners Lee creara en Ginebra el protocolo que permitiría desarrollar la world wide web, el espacio audiovisual que se constituyó en la esencia de Internet. El desarrollo de la red de redes en apenas una década ha sido al más intenso que haya experimentado medio de comunicación alguno en la historia de la humanidad, aunque aun existen amplias zonas en donde la Red es casi inexistente o constituye un privilegio para grupos muy acotados dentro de la sociedad.

 “El medio” en la primera crisis del siglo 21

   Conforme Internet desarrolla sus características y se distingue de la radio, la televisión y la prensa, tienden a quedar atrás las discusiones sobre si la red de redes es o no un medio de comunicación. Internet está ocupando un sitio propio al lado de los medios tradicionales a los cuales no desplaza, aunque tampoco depende de ninguno de ellos para ser reconocida como vía, espacio e instrumento de comunicación.

   Todos los medios, incluso la red de redes, quedaron a prueba cuando ocurrió la tragedia del 11 de septiembre de 2001. La necesidad de información de millones de personas en todo el mundo saturó los sitios de noticias y los buscadores más conocidos de Internet a tal grado que algunos de ellos, como Goggle y Altavista, colocaron avisos invitando a sus usuarios para que buscaran información en la televisión y la radio. En las horas iniciales después de los ataques terroristas la Red sirvió para encauzar a sus usuarios a que sintonizaran los medios tradicionales. Pero una vez que se habían conocido la caída de las Torres Gemelas y el ataque al Pentágono Internet asumió y potenció sus propios rasgos. Mucha gente encontró allí información sobre los grupos a los que se atribuían los atentados o pudo expresar, sin restricción de ninguna índole, sus sentimientos ante ese terrible suceso. Otros pudieron colocar avisos sobre el rescate de víctimas o recaudar fondos para aquellas tareas.

   Internet fue espacio, durante días y semanas, para que se manifestaran consternación, indignación, temores, dudas, recelos, ayuda y solidaridad en torno a la tragedia del 11 de septiembre. Con razón la fundadora de The Webby Awards (que han llegado a ser en Internet el equivalente a los Óscares en la industria del cine) decía a fines de 2001:

   “A través de los últimos meses, la red ha brillado como un medio fundamental para la comunidad, la comunicación y la información. Todos los tiempos de guerra tienen un medio que los define y que les permite a los civiles experimentarlos desde la seguridad de sus hogares. La Guerra Civil tuvo a la fotografía, la Segunda Guerra Mundial a la radio, Vietnam a las cadenas de noticias, la Guerra del Golfo a la CNN y las noticias por cable. La ‘Guerra contra el Terrorismo’ tiene a la Red. Realmente ha desempeñado y continúa jugando un papel crucial. La Red ha hecho nuestra información  más global, suministrando a los americanos acceso a perspectivas extranjeras, perspectivas alternas desde diferentes países y puntos de vista religiosos. Ha facilitado la comunicación, las condolencias y la asistencia. La gente volteó a los foros de la Red para compartir pensamientos. Los soldados están enviando correos electrónicos y empleando sitios web para comunicarse en tiempo real con sus familias y amigos en casa, permitiéndoles permanecer más conectados diariamente. La infraestructura para la donación en línea establecida después del 11 de septiembre propició donativos de millones de dólares en las semanas posteriores a los ataques. Además, los homenajes en línea crearon un espacio común para que se reunieran personas que pudieran no estar en el mismo punto geográfico a recordar y compartir sentimientos acerca de la vida de sus seres queridos” (Shlain, 2001).

   Aun es pronto para advertir con precisión los alcances de esta guerra y los atributos mediáticos que a la postre se le hayan de reconocer, aunque ha quedado claro el intenso empleo de los medios  tanto por parte del terrorismo como del gobierno de Estados Unidos. En varios momentos los medios de mayor cobertura han quedado acaparados por las imágenes y el discurso suscitados por uno u otro de esos actores desde los atentados del 11 de septiembre (fecha a partir de la cual hemos visto centenares de veces las siempre crispantes imágenes de los aviones estrellándose contra las torres neoyorquinas) hasta la propagación de los videos que mostraron a Bin Laden arengando o ufanándose de aquellos acontecimientos.

   La polarización mediática ha sido determinada tanto por el enorme dramatismo de tales hechos como por la censura y las exigencias del gobierno de Washington que ha presionado especialmente a los grandes medios en los Estados Unidos. En ese panorama Internet ha sido un espacio propicio para que se conozcan y confronten otras voces, capaces de contribuir a establecer un panorama menos esquemático y más útil para entender esta nueva guerra.

   Así que de la misma manera que horas y días después de los atentados del 11-S Internet afianzó sus rasgos como espacio de expresión abierta y diversa –y también informadora y solidaria– gracias al interés de millones de usuarios que se asomaron a ella para decir sus inquietudes y conocer las de otros, esa capacidad fue manifiesta delante de la parcialidad de los medios de comunicación convencionales.

La red de redes: sitio, espacio y medio

   Internet propaga mensajes similares, o idénticos, a los que suelen distribuirse por los medios convencionales. Además difunde contenidos que habitualmente no encuentran cabida en la televisión, la radio o la prensa industriales. Es un medio de comunicación pero además es un lugar o un conjunto de sitios que pueden ser visitados, creados o incluso modificados por sus usuarios. Y también es un espacio social (Poster 2001: 176) en donde convergen las más diversas expresiones.

   ¿Qué define a un medio de comunicación? Vale la pena recordar, aunque parezca un tanto obvio, que los medios comunican a partir de sus capacidades para llevar mensajes de un sitio a otro. Pero el acto de comunicar no se resuelve en la mera transmisión de un mensaje sino cuando es recibido. Para que haya comunicación, como establecieron los viejos patriarcas del estudio de esta disciplina, se precisa la existencia de emisor y receptor. Muchos incluso, consideraban que el acto de comunicar solamente se realizaba cuando el receptor podía, a su vez, responder al mensaje que recibió.

   Si no hay comunicación sin receptor es preciso advertir que la forma en que un mensaje es entendido –decodificado, como gustan decir algunos autores– depende entre otros factores del contexto del receptor. Una noticia sobre secuestros de aviones la entenderé de manera distinta si estoy a punto de tomar una aeronave; el reporte del clima en Hamburgo me resultará indiferente si no conozco a nadie o no pienso viajar a esa ciudad; si tengo el televisor encendido al mismo tiempo que desayuno y leo el periódico la atención a lo que allí se dice resultará mucho menor a la que tengo cuando no hago mas que contemplar y escuchar los mensajes que surgen de la pantalla. El acto de comunicar se resuelve de maneras diferentes y un mismo mensaje adquiere implicaciones y significados según la situación –física, emocional, cognitiva, etcétera– de quien lo recibe.

   La comunicación implica un continente, es decir, el mecanismo merced al cual un mensaje es enviado; en segundo término requiere de un contenido que es aquello que se comunica. Muchas de las descripciones tradicionales del proceso de comunicación se agotan en el acto en el cual un mensaje es propagado (es decir, en la caracterización del continente y el contenido). Pero la relación emisor-receptor depende, para ser tal, del estado en el que ese mensaje será recibido y, entonces, entendido.

   En otras palabras, la comunicación es mensaje y además, parafraseando a Ortega y Gasset, el receptor es él y su circunstancia. Para que el proceso de comunicación culmine y a fin de que sea posible entender cómo se desarrolla hay que tomar en cuenta, además del continente  y el contenido, al contexto en el cual un mensaje se decodifica.

   Esa circunstancia es creada, en parte, por las características técnicas del medio (la televisión reclama la mirada y el oído, el diario requiere que abramos sus páginas manualmente, etc.) y por condiciones materiales y anímicas del receptor. Cada medio tiene lenguajes y estilos que condicionan las maneras como sus mensajes pueden ser aprehendidos. La televisión, exigente con sus audiencias, impone una atracción magnética; la radio envuelve a través del oído y provoca la imaginación; la prensa obliga a un esfuerzo de concentración peculiar con la vista y la atención fijas. Todo esto es muy evidente. Pero hasta ahora se ha reflexionado poco acerca de las condiciones que Internet produce como medio de comunicación y que, a su vez, condicionan las maneras en que sus mensajes son percibidos.

Cibernautas del multimedia y el hipertexto

   La singularidad de un medio de comunicación depende de las capacidades que tenga para interesar e involucrar a los destinatarios de sus mensajes. Por ejemplo, la proyección de una película en una sala cinematográfica es envolvente y la pantalla, iluminada en medio de un entorno oscuro, nos obliga a supeditarnos a la sucesión de imágenes que desfilan sobre ella. La televisión requiere que nos coloquemos frente a ella y su eficacia radica en la combinación de imágenes y sonido que se sobreponen a su entorno –si queremos conversar con alguien es preciso reducir el volumen del sonido y si la charla es algo más que casual debemos apartar la mirada del televisor para ver a nuestro interlocutor–­.

   ¿Cuál es el contexto que establece la comunicación a través de la computadora y específicamente Internet? ¿Qué exigencias y condiciones implica esta forma de comunicación? En la Red se pueden reconocer la atracción visual, de intensidad que llega a ser hipnótica, que tiene la televisión. También tenemos texto e imágenes fijas como en la prensa y sonido igual que en la radio.

   Inclusive algunos de los hábitos en el consumo de los medios tradicionales se reproducen en Internet. Igual que pasamos las páginas de un diario podemos recorrer una página en la red deslizando el cursor. Así como hacemos zapping delante del televisor es posible brincar de uno a otro sitio web. De la misma manera que podemos leer una revista mientras escuchamos un disco de música, podemos acompañar nuestra exploración en Internet con sonido de fondo. Todas esas son rutinas en el empleo de los medios convencionales que ha sido posible trasladar al uso de Internet. Pero la red de redes no se singulariza por su atracción visual, ni por la posibilidad de incorporar sonido, ni por su capacidad para propagar imágenes y texto. Lo que distingue a Internet de otros medios es la amalgama de todos esos formatos y recursos y su carácter abierto tanto en la variedad de contenidos, como en las opciones que ofrece para que sus consumidores interactúen –o no– delante de ellos. Se trata de un instrumento multimedia y con capacidades de intercambio recíproco.

   El profesor Charles Soukup ha identificado las actitudes más frecuentes en la aproximación de los estudiosos de los medios a la comunicación mediada por computadora (CMC): “En general, los investigadores y teóricos se han acercado a la CMC desde tres amplias perspectivas. Primero, un grupo pionero de investigadores vio al contexto de la CMC como impersonal, técnico y distante. En respuesta a esa investigación temprana, un segundo grupo de investigadores miró a la CMC como personal, normativa y compleja. En tercer término, muchos académicos críticos y retóricos han ofrecido su análisis de las implicaciones sociales de la CMC. Desafortunadamente… esas perspectivas a menudo han sobre enfatizado los códigos textuales de la CMC y han fracasado al registrar las complejas aplicaciones multimedia” (Soukup 2000: 411).

   La red de redes se apoya en formatos multimedia y sus contenidos se relacionan de manera versátil y flexible a través de enlaces de hipertexto. La multimedia implica la fusión de recursos de los medios tradicionales –audio, texto, video– gracias a la digitalización de la información. El hipertexto resulta del empleo de programas de cómputo para ofrecer distintas opciones de recorrido “a partir de un texto principal, donde el usuario puede vincular información secundaria o explorar referencias cruzadas de manera no lineal” (Regil 2001: 23). Las ligas que aparecen en una página web nos permiten saltar a otro lugar de ese sitio o a un domicilio diferente dentro de la red de redes de tal manera que tenemos la capacidad de organizar nuestra lectura de acuerdo con nuestros intereses y prioridades.

   Cuando leemos un libro nos ajustamos al recorrido que su autor ha establecido previamente. Cuando pasamos por las páginas de una revista elegimos en qué textos o fotografías detenernos pero siempre dentro de los confines de esa publicación impresa. En Internet en cambio según nuestros caprichos o inclinaciones podemos organizar nuestra lectura, dicho sea de la manera más amplia porque en la pantalla no leemos solo caracteres lingüísticos sino además imágenes y sonidos –y ya se incursiona en la incorporación de sensaciones táctiles y olfativas e incluso sabores que podrán ser percibidos a través de instrumentos incorporados al ordenador–.

   La organización multimedia de los contenidos en la red de redes no propone caminos únicos sino tantas rutas como quiera el afán exploratorio del consumidor de esa información. Desde luego casi siempre hay opciones que sus editores proponen para aprehender los contenidos de un sitio web, especialmente aquellos que reproducen contenidos de los medios tradicionales. La página en Internet de un periódico que además circula de manera convencional imita la lógica de la edición impresa: primera plana, secciones de finanzas, deportes, comentarios, etcétera. El usuario puede seguir ese orden tradicional o modificarlo, de la misma manera que quienes prefieren comenzar por la sección deportiva del diario. Pero a diferencia del lector de la edición en papel y tinta, el consumidor de la versión electrónica puede volver o avanzar a cualquier zona del periódico tan solo con hacer click en una liga de hipertexto.

   El consumo de contenidos en este formato exige de un comportamiento más activo que el de quien mira el televisor o pasa las páginas de un diario. A diferencia de la lectura lineal, la comunicación hipertextual asume características de un viaje. Con razón, al uso de Internet se le llega a denominar navegación. Nadie habla de navegar a través del televisor pero sí mediante la red de redes.

   No hay telenautas pero sí cibernautas: esa connotación de desplazamiento y migración se la confieren a Internet y a sus usuarios tres características: a) las dimensiones de la red de redes, b) la ubicuidad constante de sus sitios independientemente del emplazamiento desde donde los rastreemos gracias a nuestro navegador y c) la posibilidad de brincar de un sitio a otro en un recorrido que trasciende entonces la lógica del desplazamiento lineal y territorial que hasta ahora había sido convencional.

Multimedia + interacción = hipermedia

   Otra diferencia definitoria y esencial entre Internet y los medios convencionales radica en las cuantía de los canales emisores y en las dimensiones de los contenidos. La televisión, incluso actualmente cuando es posible la recepción de centenares de canales a través de una sola antena satelital o por un solo cable tiene una capacidad limitada: no podemos recibir más señales que las que pasan por el traspondedor del satélite o las que pueden ser conducidas en la fibra óptica. Un diario o una revista son acotados por el continente de sus mensajes que son las páginas en las que puede imprimir.

   En cambio en Internet el continente y los contenidos tienen capacidades cuantitativamente ilimitadas –o casi–. La cantidad de sonidos, imágenes fijas o en movimiento, texto y cualquier tipo de archivos digitalizados que puede albergar la Red es tan amplia como la capacidad de almacenamiento de las computadoras que alojan páginas y sitios web.

   Navegar por Internet es, potencialmente al menos, una aventura que puede cursar por senderos versátiles, exuberantes e incluso inesperados. El formato multimedia enriquecido por las características digitales –aunque con la limitación que todavía significa el llamado ancho de banda al que nos referimos más adelante– amplía las capacidades que cada medio tiene por separado. Ese atributo,  al amalgamarse con la vasta capacidad de almacenamiento que le confiere su condición de red de redes, sin un centro único y diversificada en centenares de miles o millones de computadoras que alojan contenidos, permite que Internet sea un medio de medios: el multimedia que alcanza la condición de hipermedia.

   El hipermedia mezcla atributos de los medios convencionales, propone opciones versátiles para la apropiación de los mensajes y exige una atención e incluso un compromiso intensos por parte de sus usuarios. Por hipermedia se entiende el: “Sistema informático de combinación de texto, imagen y audio, diseñado y producido con intenciones determinadas, que –en términos generales– pueden ser: educar, entretener o informar. Una vez producido, las formas de interrelacionar los elementos del conjunto, dependerán de la capacidad de interacción usuario-contenido. Su característica fundamental, y quizás la más revolucionaria, es la posibilidad de enlace entre diferentes medios que lo componen (texto, imagen y audio). Particularidad que permite la ruptura de la estructura lineal, presente de hecho, hasta hace poco, en todos los medios” (Regil 2001: 50).

   Los medios tradicionales difunden hacia públicos masivos, en tanto que Internet propaga sus contenidos a audiencias de lo más diversas –independientemente de que sean abundantes o limitadas–. Esos contenidos son finitos en los medios tradicionales pero Internet prácticamente no tiene barreras para albergar toda clase de mensajes. A los medios convencionales se les suele consumir en localidades específicas (con excepción de casos peculiares como el que constituye la CNN, de alcance planetario o casi) y a Internet se puede acceder dondequiera que haya computadora, módem, línea telefónica o otra clase de conexión a la red de redes.

   En algunos aspectos Internet supera características de los medios tradicionales. En otros, no. De hecho, ponerla en contraste con ellos no constituye la mejor manera de entenderla. Si estamos de acuerdo en que Internet es un medio de comunicación específico, distinto a otros aunque tenga rasgos de los medios tradicionales, también podremos admitir que no es necesario encontrarle ventajas sobre ellos para advertir sus posibilidades distintivas.

   Sin embargo el discurso más frecuente acerca del futuro de Internet como medio de comunicación sugiere que solo alcanzará sus capacidades plenas cuando haya podido fusionarse con la televisión. Pareciera que los promotores industriales y los diseñadores técnicos de la red de redes no estarán satisfechos sino hasta que Internet desplace a la televisión tal y como la conocemos hasta ahora.

   Posiblemente con el tiempo, además del desarrollo tecnológico y su propagación entre la gente, Internet quede incorporada a un sistema de comunicaciones que se difunda por canales de información digital diseminados a la manera en que ahora funciona la red de redes. La televisión, o el dispositivo multimedia que la sustituya, será una de las vías de salida, aunque no la única, de los contenidos que ahora conocemos a través de Internet y de los muchos más que serán elaborados y colocados en línea. Pero es difícil hacer pronósticos tajantes, de la misma forma que resulta apresurado decir que Internet no se realizará como medio de comunicación sino hasta que esa simbiosis tenga lugar.

Angosto ancho de banda y extensa brecha digital

   Aunque al terminar el primer año del siglo XXI la capacidad de la red de redes es notablemente superior a la que tenía una década antes, cuando surgió la world wide web, todavía es casi imposible recibir a través de Internet mensajes audiovisuales de un tamaño similar a los que obtenemos a través de la televisión. Quienquiera que haya visto televisión difundida por Internet conoce su deficiente calidad, resultado tanto de la velocidad con que se envían por la Red  los paquetes de información como de la memoria no siempre óptima de los equipos de cómputo que empleamos para conectarnos a ella. El desarrollo de las comunicaciones electrónicas llegará a ofrecer velocidades muy superiores pero para ello faltan varios años, incluso con la propagación de conexiones satelitales que son notoriamente más rápidas pero de mayor costo que las que se apoyan en la línea telefónica o en el cable coaxial.

   El “ancho de banda” (bandwith) como se le llama a la cantidad de datos que se pueden transmitir por una línea conectada a Internet, aun no permite la difusión de señales audiovisuales de calidad equiparable a la que tenemos en la televisión convencional. Sin embargo ya es usual la difusión por Internet de estaciones de radio con un sonido de calidad digital aunque eventualmente interrumpido por las desconexiones o las alteraciones en el enlace de un equipo de cómputo a otro.

   La escasez del ancho de banda se resolverá conforme se desarrolle la tecnología, lo cual irá acompañado de inversiones financieras que harán posible esa evolución. En cambio para solucionar la otra gran limitación que tiene Internet y que es su pobre presencia en la mayor parte de los países se requieren tecnología y dinero, pero también políticas estatales que no siempre cuentan con la permanencia, la solidez, los recursos y la visión de futuro que se necesitan para la propagación de la red de redes. En tanto que en los países más desarrollados en América del Norte y Europa los usuarios de Internet a fines de 2001 alcanzan ya a la cuarta parte de la población y en algunos casos llegan a la mitad o más, en el resto del mundo representan unos cuantos puntos porcentuales.

   En el umbral de 2002 en Australia el 26% de la población tiene conexión a Internet, en Bélgica el 26%, en Canadá el 45%, en Finlandia el 39%, en Francia el 18%, en Alemania el 31%, en Irlanda el 25%, en Italia el 19%, en Japón el 18%, en Noruega el 49%, en Holanda el 43%, en Portugal el 20%, en España el 18%, en Suecia el 51%, en Suiza el 47%, en el Reino Unido el 55% y en Estados Unidos el 61%.

   En América Latina, en Argentina tiene acceso a Internet el 5.5%, en Brasil el 3.5%, en Chile el 12%, en Colombia el 1.7% , en Cuba el 0.4% y en México el 2.5%.

   Esa situación no mejora en otras zonas del mundo. En China solamente tiene acceso a Internet el 1.7%, en Egipto el 0.65%, en la India el 0.5%, en Filipinas el 2.4%, en Marruecos el 0.17% y en Rusia el 5.2% para no referirnos a la mayoría de los países de África o Asia. Estos porcentajes los hemos calculado a partir de la información, originada en numerosas fuentes, que compila y actualiza regularmente el INT Media Group (CyberAtlas, 2001). Estos datos cambian constantemente y en algunos casos no se trata de los más recientes, pero dan una idea de la dispar distribución del acceso a Internet en el planeta.

   La brecha digital como la han denominado numerosos investigadores y activistas preocupados por el insuficiente crecimiento del acceso a Internet en el mundo menos desarrollado no se resolverá pronto ni de manera uniforme. Se trata de la expresión informática de las desigualdades que cruzan al mundo y también, de las que existen en cada país. Es pertinente reconocerla para acotar los alcances de Internet como medio de comunicación. Sin demérito de las capacidades que tiene en sí misma, la red de redes no puede comunicar nada en donde no hay equipo ni capacidad técnica para conectarse a ella.

   El siguiente cuadro ha sido elaborado con porcentajes calculados a partir de una fuente distinta de la anterior y por eso la proporción de usuarios de Internet respecto de la población no coincide con las cifras que mencionamos líneas atrás. Los datos de este cuadro son previos a los que registra la fuente mencionada en los párrafos anteriores pero permiten comparar la gran diferencia que hay entre el acceso a la red de redes y el consumo de otros medios –el teléfono y la televisión– en algunos países de América Latina.

 

Teléfonos, usuarios de Internet y televisores en

nueve países de América Latina.

Porcentajes sobre población

 

Líneas telefónicas principales

Usuarios de Internet

Televisores

Argentina

20.1 %

2.47 %

28.6 %

Brasil

14.9

2.08

31.6

Colombia

16.0

1.4

21

Costa Rica

20.4

3.8

22

Chile

20.7

4.1

23

México

11.2

2.6

25.3

Perú

6.7

1.6

14

Uruguay

27.1

9.0

52

Venezuela

10.9

1.7

18

Datos elaborados a partir de INEGI, 2001

 

   Es difícil estimar a cuánta gente sirven un televisor o una línea telefónica pero es usual considerar que si se encuentran instalados en una vivienda son aprovechados por entre 4 y 5 personas en promedio. Eso indicaría que en casi todos los países mencionados en la tabla anterior la televisión tendría una cobertura casi completa entre la población, en tanto que la telefonía alcanzaría cerca del 50% en la mayoría de ellos, sin contar la existencia de teléfonos celulares que se están convirtiendo en una alternativa de gran crecimiento frente al servicio alámbrico en casi todos los países de la región. En todo caso, la tabla permite apreciar el abismo que se mantiene entre el uso de la televisión y el acceso a Internet. La cantidad de usuarios de la red de redes ha crecido de manera muy notable particularmente a partir de 1998, pero es posible que ese ritmo de expansión se detenga dentro de pocos años.

 

Virtualidad en tres tiempos

   A lo virtual se le entiende como implícito, aquello que es tácito o está sobrentendido: “que tiene virtud para producir un efecto aunque no lo produce de presente… que tiene existencia aparente y no real”, señala entre otras acepciones el Diccionario de la Lengua Española  de la Real Academia. Lo virtual es algo que no alcanza su plenitud: aquello que todavía no es del todo.

   Ante datos como los que mencionamos en páginas anteriores y que dan cuenta de la desigual inserción de Internet en el mundo –y entre otras regiones en América Latina– es posible considerar que la comunicación a través de la red de redes es virtual en más de un sentido. Lo es en la acepción más frecuente que califica como virtual a la comunicación de carácter digital que no tiene densidad física y que articula mensajes y contenidos a partir de la combinación de bytes organizados merced a un programa de cómputo.

   Pero esa comunicación en un mundo en donde Internet se ha desarrollado de manera heterogénea, muy concentrada en el norte y dispareja en el sur, también resulta virtual debido a su todavía insuficiente cobertura entre la población.

   En una tercera acepción, podemos considerar que la que se efectúa a través de Internet es una comunicación virtual porque no siempre se completa el camino de ida y vuelta que define al proceso comunicacional cuando existe de manera completa. Los medios tradicionales fallan en ese aspecto porque propagan mensajes enviados por pocas personas hacia muchos destinatarios, los cuales no tienen oportunidad de replicar.

   La comunicación, decíamos antes, existe cuando hay receptores y la comunicación plena se realiza cuando los receptores pueden responder a los contenidos que han recibido. En tal sentido Internet parecería el medio de comunicación por excelencia: cualquier usuario puede ser, a su vez, productor de mensajes. Por eso Internet ha sido, en sus fundamentos, la realización de las utopías comunicacionales que, en sus críticas a los medios convencionales, siempre deploraron la imposibilidad práctica para que los ciudadanos contasen con vías expeditas y permanentes para expresarse delante de los contenidos de la televisión, la prensa o la radio industrializadas.

   En Internet existe la posibilidad, al menos hipotéticamente, para que los destinatarios de un mensaje respondan a él. Ante los contenidos que miramos o recibimos al abrir una página web casi siempre hay cauces para que manifestemos nuestra opinión, o para que los completemos o maticemos con nuestras propias elaboraciones o respuestas a través del correo electrónico, en los foros de discusión (chats o tableros electrónicos) o inclusive colocando nuestras propias páginas en la Red. Sin embargo esa es una oportunidad que pocos usuarios de Internet aprovechan.

   Aunque sus características técnicas y su esquema descentralizado permiten que Internet sea un mecanismo de comunicación de ida y vuelta, no es frecuente que esa opción sea utilizada por la mayoría de los cibernautas. La navegación en la red de redes suele ser fundamentalmente contemplativa y solo en pocos casos se convierte en participativa.

   De esta manera la comunicación en la Red es virtual no solo porque los contenidos que se difunden en ella carecen de la corporeidad o densidad física que tiene la realidad, o debido a su insuficiente cobertura en la sociedad. Además se le puede aplicar ese adjetivo porque no llega a ser una comunicación en donde los receptores se asumen como emisores.

   Incluso cuando aprovechan las capacidades de la Red para hacerse oír y ver y no solamente escuchar y mirar lo que dicen otros, los internautas tienen pocas posibilidades de ser atendidos. A menudo colocar una página web es como echar una botella al mar. Un usuario de Internet puede armar su propio sitio, contratar un servidor en dónde alojarlo y esperar infructuosamente a que sea visitado porque la oferta de contenidos en la Red se encuentra dominada por las páginas con mayores recursos para publicitarse y para ofrecer materiales más vistosos y abundantes.

   La diferencia, si acaso, radica en que podemos saber si  esa botella que hemos arrojado al océano de las redes es recogida por alguien, siempre y cuando el servidor en el que alojamos nuestra página registre las visitas que recibe. Además quien lo desee puede replicarnos por e-mail.

   No hay acuerdo acerca del tamaño de Internet porque las metodologías para evaluarlo son distintas. Las empresas y los centros de investigación que han empleado rastreadores para identificar cuántos sitios se encuentran alojados en los servidores conectados a la Red suelen contabilizar domicilios registrados pero que en ocasiones no tienen contenido, o que repiten el contenido de otros. Un acercamiento más reciente al tamaño de la red de redes ha sido emprendido por el Online Computer Library Center de Ohio, que estimó la existencia de 8 millones 745 mil sitios web a mediados de 2001 (OCLC, 2001). Esa cifra se refiere a los sitios y no al número de páginas web –un sitio está conformado por una o por más páginas– y es muy baja en comparación con otras evaluaciones del tamaño de la world wide web, pero constituye una plataforma mínima para apreciar el crecimiento de la Red. Si comparamos esos datos con la cantidad de usuarios de Internet en todo el mundo tenemos que cada vez hay, proporcionalmente, menos sitios.

   Con el propósito de contrastar los datos sobre sitios web que manifiesta e la fuente antes mencionada con la cantidad de usuarios que ha tenido la Red, acudimos a las estimaciones demográficas de la empresa Global Reach. De esa comparación provienen los resultados que mostramos en la siguiente tabla.

 

 

Usuarios de Internet por cada sitio web

 

 

Número de sitios web (1)

Usuarios de Internet (2)

Promedio de

usuarios por

cada sitio web

1997

1, 570, 000

 70 millones

   44.6

1998

2, 851, 000

117 millones

   41

1999

4, 882, 000

245 millones

   50

2000

7, 399, 000

391 millones

   52.8

2001

8, 745, 000

490 millones

   56

Fuentes: (1) OCLC: 2001 

(2) Global Reach: 2001

 

   Las cifras son, en todo caso, indicativas. Pero muestran una tendencia sugerente. Desde luego cada vez hay más sitios y más usuarios de Internet. Pero todo parece indicar que los sitios aumentan proporcionalmente menos que la cantidad de internautas, de tal manera que cada vez tenemos más usuarios por cada sitio en la world wide web. A diferencia de 44.6 usuarios por sitio, en promedio, que se registraban en 1997, cuatro años más tarde tuvimos 56 usuarios por cada sitio en la Red. La cantidad de sitios en la Red creció 557% pero los usuarios aumentaron 700%.

   Ese dato confirmaría la tendencia a la concentración de las páginas, especialmente las de mayor audiencia, en menos manos. Además se verifica un comportamiento cada vez menos activo de los usuarios de Internet. Aparentemente, aunque sus usuarios eran menos, en los primeros años de la red de redes había mayor interés e intensidad participativas en comparación con el panorama que se dibuja al comienzo del siglo XXI. Los pioneros en el uso de la Red tenían mayor disposición a la interactividad que muchos de los internautas que en los años recientes se han incorporado a Internet.

 

Internet delante de los otros medios

   Internet seguirá definiendo sus propias características que la distinguirán de otros medios de comunicación. Gracias a ello se ampliará la oferta de contenidos entre los cuales los públicos de los medios pueden elegir sus opciones de entretenimiento, ilustración, información o incluso educación. Paso a paso, aunque se trata de trancos que da con gran rapidez, la Red precisará los rasgos mediáticos que comparte y sobre todo aquellos que no ofrecen otros medios.

   El continente de los mensajes en Internet es claramente distinto: se trata de paquetes de información digitalizada que son conducidos a través de una estructura reticular, a diferencia de la transmisión o edición centralizadas que define a los medios tradicionales. Ese formato nos permite acceder a contenidos muy diversos, casi ilimitados, desde donde sea y en cualquier momento: sin restricciones espaciales ni temporales.

   El contenido es en parte el mismo de los medios convencionales pues las empresas mediáticas, salvo excepciones, no han sabido diseñar mensajes peculiares para la red de redes. Al menos en una fase inicial la han concebido solamente como un espacio adicional para propagar el material que difunden a través de los canales tradicionales –es paradójica, digámoslo solo de paso, la inhabilidad de los grandes consorcios de la comunicación para entender a Internet como un medio singular que amerita y exige contenidos, lenguaje, cadencias y estilos distintos a los que definen a medios como la televisión y la prensa­­–. Junto a esos contenidos se encuentran muchos otros, menos respaldados por la promoción de los sitios con mayor sustento comercial pero de imaginación, originalidad, versatilidad y abundancia prácticamente inagotables. Se trata de sitios y páginas web colocados con el afán de comunicar de la manera más elemental: sus autores, simplemente, dicen allí sus verdades e inquietudes buscando suscitar el interés de otros. Se trata del mismo procedimiento con que se busca iniciar una conversación en la vida fuera de línea. En ese sentido a Internet se le puede considerar como el espacio oceánico en donde se despliegan innumerables pláticas en busca de interlocutores. De sus usuarios depende que Internet se convierta en una inagotable y estéril suma de diálogos de sordos, en simple cháchara inservible y baladí o, como sería deseable, en una conversación ilimitada.

   El contexto que Internet les impone a sus usuarios y aquel en el que se desarrolla como medio, también está en construcción. Por lo pronto se ha afianzado como instrumento de consumo personal en donde la socialización ocurre gracias a las redes que nos comunican con otros pero no delante de ellas (como cuando miramos la televisión junto con otros) ni solo como consumidores pasivos de lo que otros dicen como cuando leemos en los diarios las ideas o informaciones de otros. Las vías técnicas para apropiarnos de los contenidos de Internet evolucionarán de manera drástica y constante. Pero en lo fundamental, todo parecería indicar que seguirá siendo esa colección de espejos de la realidad que ha cautivado e inquietado en los primeros diez años de existencia de la world wide web, cuya estructura descentralizada y reticular le confiere una flexibilidad y agilidad que no tienen los medios convencionales. Tanto o más que respecto de cualquier otro medio en Internet se cumple el diagnóstico del canadiense Marshall McLuhan: las características merced a las que se propaga contribuyen a determinar el contenido, el medio es el mensaje.

   La gran pregunta que podemos seguir haciéndonos delante de Internet es para qué nos sirve la sofisticación tecnológica que nos permite hurgar en el contenido depositado en las computadoras más remotas, explorar archivos textuales, icónicos o multimedia, charlar en tiempo real con gente de la que jamás nos hubiéramos enterado de otra manera, discutir sobre temas en los que somos reputados expertos o sobresalientes ignorantes y colocar lo mismo la información más útil para algunos que la más anodina o agresiva para muchos.

   Pero esa es una pregunta que sigue siendo pertinente para todos los medios y nos la hacemos cada vez que constatamos la programación baladí e irresponsable que caracteriza a la televisión comercial en todo el mundo, o las prácticas abusivas que la prensa mercantil suele desplegar para vender ejemplares.

   Internet, como colección de espejos que es de la realidad, también reproduce errores, necedades y excesos de los medios convencionales. Quizá alcance a ser útil para atemperar, analizar y entender esos rasgos y en vez de solamente remedarlos pueda contribuir a superarlos. Si la Red sirve, entre otros propósitos, como espacio para la discusión, la vigilancia, el contraste y el uso creativo de los medios de comunicación tradicionales podría llegar a ser un espacio auténticamente hiper mediático: no más allá del resto de los medios ni sobre ellos, sino capaz de llevarlos a estar al servicio del diálogo entre la gente para aclarar, distender y entonces resolver sus conflictos y carencias.

   En un mundo creciente y constantemente comunicado, pero en donde siguen ausentes explicaciones muy elementales y en el cual las personas y los países suelen recelar y arremeter antes de dialogar, esa es la gran conversación que sigue pendiente.

 

Granja de la Concepción,

Ciudad de México,

diciembre 31 de 2001

 

Libros y sitios consultados

-Manuel Castells, The Internet Galaxy, Oxford University Press, 2001.

-CyberAtlas, “The world’s online populations”,

http://cyberatlas.internet.com/big_picture/geographics/article/0,1323,5911_151151,00.html , lectura tomada en diciembre de 2001.

Luis Ángel Fernández Hermana, En.red.ando. Ediciones Zeta, 1998. El

         texto que citamos fue inicialmente publicado en mayo de 1996.

Global Reach, “Evolution & proyections of online populations”.

         http://www.glreach.com/globstats/evol.htm , consultada en

 septiembre de 2001.

INEGI, Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática,

         México en el mundo. México, 2001.

Online Computer Library Center, “Web characterization”,

         http://wcp.oclc.org/, consultada en diciembre de 2001.

Mark Poster, What´s the matter with the Internet. University of

         Minnesota Press, 2001.

Public Broadcasting System, PBS Life on the Internet.

         http://www.pbs.org/internet/timeline/index.html  Datos de 1997.

Laura Regil Vargas, La caverna digital. Hipermedia: orígenes y

         características. Universidad Pedagógica Nacional, México, 2001.

Tiffany Shlain, “State of the Web: Glass half full”, entrevista en la

página de Cnet.com: http://news.cnet.com/news/0-1014-201-8159417-0.html, diciembre 2001.

Charles Soukup, “Building a theory of multimedia CMC”, en New media

         and society. Vol. 2, Num. 4, december 2000.

UCLA, The UCInternet Report 2001 – “Surveying the Digital

         Future.”  www.ccp.ucla.edu

Exuberancia mediática

Participación en el congreso Convergencia de medios: oportunidades para el acercamiento entre Europa y América que se realizó en mayo de 200 en el Palacio de Congresos, en Madrid.

La información satura, inunda y abruma a la sociedad contemporánea. No solo contamos con una cantidad de datos mayor a la que jamás tuvieron acceso, juntas, todas las generaciones que nos precedieron. Además producimos mucha más información de la que estamos siendo capaces de catalogar, entender y aprovechar. Los investigadores Peter Lyman y Hal R. Varian de la Universidad de California en Berkeley estiman que si se suma la información contenida en todos los libros y periódicos, programas de televisión y radio, productos audiovisuales, páginas web, correos electrónicos y otras fuentes de datos, cada año se producen 250 megabytes de información por cada habitante de este planeta. Eso equivale, en números gruesos, a 50 veces las obras completas de Shakespeare o 30 segundos de la información, en formato digital, de un video de alta resolución.
Cada año el mundo produce entre uno y dos exabytes de información única . Eso significa, más o menos, 200 mil veces la colección completa de la Biblioteca del Congreso en Washington, es decir, una cantidad superior a 24 billones de documentos que incluirían 3 billones y medio de libros, medio billón de grabaciones y 2 billones y medio de fotografías, entre otros materiales .
Ese océano de información constituye uno de los mayores desafíos contemporáneos. No basta asombrarnos, como tampoco es suficiente paralizarnos delante de él.
Las nuevas tecnologías de la información han hecho posible la producción y propagación de esa abrumadora exuberancia de datos, aunque todavía no son suficientemente empleadas para catalogarla y permitirnos discriminar al interior de ella. Se calcula que de toda la información que se produce en el planeta más del 93% se encuentra en formato digital , es decir, ha sido posible gracias al desarrollo de los ordenadores y la Internet. Ese repertorio de registros originales está compuesto por películas, videos, fonogramas, diarios y revistas, mensajes personales, documentos en soportes de toda índole que acotan, y a menudo definen, el contexto de la vida humana contemporánea.

Especificidad de cada medio
La Convergencia de los medios más propagados en nuestras sociedades es posible gracias a la creciente digitalización de los mensajes que, por añadidura, ha facilitado la difusión de contenidos en gran escala. Pero, como mucho se ha deplorado, esta sociedad de la información que estamos construyendo no necesariamente es una auténtica sociedad del conocimiento. Tener acceso a más informaciones no conduce de manera ineludible a entender, disfrutar o mejorar nuestras vidas y nuestro entorno. La sofisticación y la expansión de las tecnologías en este ramo no asegura que tengamos una mejor comunicación. El desarrollo tecnológico constituye el sustrato sobre el cual podemos edificar tanto las ramificaciones de un aparato mediático que irradie banalidades y datos prescindibles, como un sistema de información que lo mismo apuntale el conocimiento que el entretenimiento y la superación de la sociedad.
Televisión, teléfono e informática, imbricados en plataformas cada vez más accesibles, permiten alcanzar más rápido una mayor cantidad de datos sin que la lejanía sea un factor definitorio en la velocidad o la calidad con que recibimos esa información. Los parámetros con que apreciamos el tiempo y la distancia tienden a ser modificados por esa revolución comunicacional.
Ahora es posible reconocernos como parte de un entorno global aunque nuestras prioridades sean locales, de la misma manera que podemos cumplir la divisa que recomienda pensar local y actuar globalmente. El problema para quienes se comunican o reciben mensajes en el contexto de la nueva mundialización –ya sea en pos de entretenimiento o enseñanza, lo mismo que para hacer negocios o entenderse con otras personas– radica en tener instrumentos y pautas para desbrozar y elegir aquello que les resulta provechoso en medio de contenidos mayoritariamente pueriles, así como poco o nada útiles.
Mucha información no es necesariamente mejor información. La oferta abundante de datos y posibilidades en materia de entretenimiento, educación o actualización en el conocimiento de nuestra circunstancia, solo puede ser aprovechada si contamos con instrumentos para elegir en medio de ese océano de opciones. Es preciso, para aprehenderla, que podamos catalogar e identificar la información que en ejercicio de nuestra libertad, preferencias e intereses apetezcamos utilizar.
En esa tarea la combinación del ordenador y el televisor puede permitirnos emplear la Internet en busca de contexto acerca de lo que vemos en la televisión. Pero los límites de la convergencia se encuentran en la especificidad de cada medio. Es difícil pensar que alguien quiera revisar su correo electrónico en la pantalla del televisor, si además dispone del ordenador personal que permite mayor privacía. Muchos preferimos mirar los programas de televisión en la pantalla tradicional y no destinar a esa tarea el monitor de la computadora, la cual podemos emplear mientras vemos o escuchamos la TV. En Estados Unidos entre 1998 y 1999 la cantidad de gente que empleó la Internet al mismo tiempo que miraba la televisión aumentó de 8 a 27 millones . Quizá más que buscar la fusión de los medios actuales, sería pertinente identificar las cualidades específicas de cada uno de ellos y encontrar las formas de relación complementarias, no su simple amalgama.

Internet, lengua y disparidades
El área en donde con mayor intensidad y diversidad se multiplican contenidos de toda índole es la Internet. Allí tenemos una abundancia de información que en su mayor parte se encuentra sin inventariar y que permanece casi desconocida. Algunas estimaciones consideran que desde 1996 han sido colocadas en línea más de 10 mil millones de páginas en la Internet . Muchas de ellas han sido descontinuadas pero de las que siguen activas, hay una gran cantidad que no pueden ser encontradas en los motores de búsqueda usuales.
El buscador más popular de la Red, ha logrado catalogar y guardar en sus respaldos más de mil 500 millones de páginas web (cabe recordar que un sitio en la Internet se compone de una o varias páginas). Se trata de una enorme cantidad de páginas pero que apenas alcanza a significar el 15% de todas las que, según se estima, han sido colocadas desde que la Red comenzó su expansión más acelerada hace seis años.
Los buscadores más conocidos y con mayores inventarios informáticos funcionan ahora en varios idiomas y han logrado acaparar el interés de usuarios de la Red en todas las latitudes. Sin embargo se trata de motores de exploración concebidos y que operan con criterios que no necesariamente atienden a intereses de países como los nuestros. Seguimos sin contar con buscadores diseñados para explorar la Red en lengua española y que tengan amplia capacidad así como extenso aliento informático.
Se estima que actualmente más del 7% de los usuarios de la Internet en el mundo son de habla española. Esa cifra indica un crecimiento importante porque hace menos de un año, los hispanohablantes en la red de redes éramos, según la misma estimación, el 5.4% . No parece que ese crecimiento esté acompañado de una mayor producción de sitios web en español ni de instrumentos de búsqueda especializados en contenidos en nuestra lengua.
Sería deseable que esos contenidos recuperasen la diversidad, la riqueza y la intensidad de culturas como las que tenemos en los países de habla hispana. Ubicados en el contexto global que ofrecen las nuevas tecnologías de comunicación, los contenidos locales pueden lograr nuevas formas de propagación y mutua influencia. Desde luego la construcción de sociedades en donde la perspectiva local sea enriquecida y no devastada por la comunicación global, exige acceso y adiestramiento suficientes para aprovechar las redes informáticas y mediáticas. En ese aspecto falta mucho por hacer. Mientras que en Alemania tiene acceso a la Red el 36% de la población, en Italia el 33%, en Francia el 26% y en España el 24% aproximadamente, en los países de América Latina el crecimiento de este recurso ha sido notablemente más lento. Hoy apenas el 10% de los argentinos, el 7% de los brasileños, el 5% de los venezolanos y el 4% de los mexicanos tiene acceso regular a la Internet . Las conexiones y los ordenadores son indispensables pero no bastan. Es preciso que sus usuarios actuales y potenciales aprendan a emplear esos recursos de manera creativa y no solamente pasiva. Así podemos aspirar a que sean, además de espectadores, partícipes en el diseño de nuevos contenidos comunicacionales.

Necesario Estado regulador
De poco sirve disponer de mucha información si los contenidos de calidad son escasos. Tener contenidos útiles y creativos, independientemente de los criterios de calidad con que se les evalúe, constituye uno de los grandes retos para la expansión de los medios contemporáneos. Acaparar la audiencia con programas de gran espectacularidad sin duda es atractivo para cualquier medio de comunicación. Pero después del estrépito inicial los públicos, tarde o temprano, se preguntan qué les ha dejado la contemplación –por ejemplo– de varios individuos confinados a llevar durante varios meses una vida tan artificial como intensamente acechada.
Ese, como cualquier otro modelo de televisión se encuentra sujeto a la tensión constante entre el interés mercantil y su atadura al rating y, de otra parte, el interés de los ciudadanos. En última instancia, esa relación desemboca siempre en las responsabilidades de los medios. Incluso en una economía regida por las pulsiones del mercado más salvaje y precisamente porque esa voracidad mercantil existe, resultan necesarias las fuentes de moderación y responsabilidad que se encuentran en la autorregulación y las leyes.
Para los medios siempre es útil ceñir sus contenidos a parámetros éticos que reivindiquen el interés de la sociedad y no solamente la avidez por el rating. Las empresas mediáticas que se comprometen con principios de esa índole resultan más confiables para los ciudadanos. Pero como ninguna actividad que tenga repercusiones sociales puede autorregularse eficazmente a sí misma, también se precisa de leyes que definan y acoten el ejercicio del poder que tienen los medios de comunicación.
Hoy en día parece haber quedado claro que, incluso en los modelos de organización política y social más dúctiles a las necesidades de expansión del mercado y sus capitales, hay tareas de regulación que solo pueden ser desempeñadas por el Estado.
El Estado es inevitable. Todavía de cuando en cuando se escuchan voces que hablan de él como si fuese una maldición a la que es preciso exorcizar. Pero sintomáticamente, y eso vale tanto para individuos como para corporaciones, muchos de quienes descalifican al Estado se encuentran entre aquellos que se disputan el privilegio de encabezarlo o influir en él.
La regulación estatal es uno de los recursos que tiene la sociedad para que sus intereses sean considerados en las decisiones que les afectan (entre ellas, el funcionamiento de los medios de comunicación). Ciertamente estos no son los mejores tiempos para el Estado, que a veces se encuentra tan escaldado por los cuestionamientos externos y por los abusos de quienes lo encabezan que pareciera destinado a ocupar un sitio marginal. Sin embargo, como apunta el pensador francés Alain Minc, el Estado: “Si persevera en su modo de ser, si quiere producir servicios, si se juzga protegido en su propia esfera e indiferente al mercado, está condenado. Si, por el contrario, toma conciencia de lo posible y acepta cambiar su oficio de productor por el más esencial de regulador, habrá de corresponderle un rol cardinal”. La disyuntiva es “o bien un mercado más o menos regulado, o bien un mercado desregulado, es decir, la jungla” .

Riesgosa concentración mediática
En el terreno de la comunicación, uno de los requisitos para propiciar contenidos congruentes con la heterogeneidad y los intereses de nuestras sociedades es la diversidad de opciones mediáticas. En la medida en que las decisiones acerca de qué se difunde y para quiénes, son tomadas desde distintas perspectivas y no solo una, las opciones de comunicación serán más variadas y los públicos podrán ejercer su libertad para recibir un mensaje u otro. Eso vale tanto para medios convencionales (como la televisión y la radio) como para la Internet.
A veces esa diversidad de opciones queda limitada por la concentración de los medios de comunicación. Más que en torno a proyectos tecnológicos o a contenidos y mensajes, la convergencia mediática de la actualidad se desarrolla en el campo de las alianzas empresariales. Se trata de una tendencia internacional, relacionada con la expansión de la tecnología pero fundamentalmente con la asociación de capitales en su búsqueda de mayores o más fáciles rendimientos. Como parte de las fuerzas que mueven la economía contemporánea la asociación de firmas en la industria de las comunicaciones es una realidad inevitable. Pero tiene que estar circunscrita tanto por las reglas que hay en toda economía de mercado para evitar las prácticas monopólicas, como por normas específicas que propicien la pluralidad y la responsabilidad en los contenidos de los medios de comunicación.
En distintas latitudes se expresan preocupaciones fundadas ante los efectos que puede tener una concentración excesiva de los medios de comunicación. El profesor Lawrence Lessig de la escuela de leyes de la Universidad de Stanford, ha recordado el gran desafío que implica el papel dominante de unas cuantas empresas en el negocio de la música: “Un puñado de compañías controlan más del 80% de la música en el mundo. Esas compañías controlan no solo la distribución sino el mercado donde los artistas tienen que vender sus almas a una firma grabadora precisamente para tener el derecho a desarrollar música que se pueda distribuir”.
El mismo autor considera que ese modelo económico pudiera estar siendo desplazado por el espacio de exposición y producción mediática que puede ser la red de redes: “Ese es el modelo del último siglo. Las razones económicas que podrían haber justificado esa estructura apretadamente controlada han desaparecido. La Internet puede sostener una competencia en la producción y la distribución mucho mayor que (si fuera posible con) las cinco compañías dominantes” .
No hay motivo para que las grandes corporaciones mediáticas supongan que están al borde de la extinción. Pero sí para que no dejen de tomar en cuenta las nuevas tendencias del intercambio y la generación del conocimiento –y por lo tanto de mensajes y contenidos de toda índole– que se desarrollan en la Internet.
La red de redes no sustituirá a los medios de propagación más amplia pero constituye lo mismo parte de su nuevo entorno que, aun de manera incipiente, un espacio en donde se manifiestan contrapesos y eventualmente opciones a los contenidos de los medios convencionales. Los grupos de observación de los medios, así como agrupaciones de consumidores de mensajes mediáticos y otras organizaciones civiles de ese corte encuentran en la Internet un espacio propicio, y cada vez más influyente, para expresarse y crecer.
Observar a los medios por parte de la sociedad es tan importante como que las empresas de comunicación reconozcan que son observadas, con acuciosidad y ánimo crítico crecientes, por parte de la sociedad. Las nuevas tecnologías y el renovado ánimo deliberativo de nuestras sociedades nos permiten esperar que el desempeño de los medios y los contenidos que difunden sean escudriñados con atención e influencia cada vez mayores. Eso es preferible a la pesadilla orwelliana en donde había un Gran Hermano que todo lo acechaba. No nos referimos a la serie de televisión.

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